El problema de las normas morales es que las vemos como normas arbitrarias. Como si un Dios caprichoso se hubiera empeñado en ponernos límites. Es como si pensásemos que los semáforos están puestos por alguien con el único fin de fastidiarnos. No seríamos sensatos si no supiésemos ver la razón por la cual están puestos esos semáforos. Tampoco sería muy inteligente el defensor de los semáforos si solo dijese que hay que respetarlos por que si no te multarán, sin aclarar que la multa no es más que una sanción en previsión de una infracción, no la razón por la que se ha de cumplir el precepto. El precepto se ha de cumplir por un bien superior. Y es ese bien superior el que hay que saber explicar bien.
La moral cristiana tiene una razón de ser que no es el capricho de un dios arbitrario ni de una iglesia aferrada a preceptos. Es esa razón la que hay que buscar y conocer para que los preceptos sean inteligibles. Las enseñanzas de la Iglesia sobre la vida y la familia son una maravilla cuando se sabe mostrar la verdad sobre el hombre que sostiene las normas.